No se puede obtener una disminución acusada y sostenida del peso corporal por medio del ejercicio, sea aeróbico o anaeróbico, si no se efectúa una disminución del aporte calórico. Es cierto que si uno ingiere menos calorías de las que gasta no puede engordar, pero es insoportable la idea de pasarse la vida haciendo dieta.
La utilización de glucógeno o de grasa como fuentes de energía, depende fundamentalmente de la duración e intensidad del ejercicio. Durante el reposo se utiliza la grasa para aportar la energía necesaria para mantener el metabolismo basal. Tan sólo el sistema nervioso y los glóbulos rojos utilizan glucosa.
A medida que la actividad física se prolonga y aumenta de intensidad, se hace necesario el aporte de glucosa que permite una obtención más inmediata de energía. A partir de ese punto si la actividad deriva hacia una componente más aeróbica, la relación entre hidratos de carbono y grasas será de un 50 % y un 50 % aproximadamente. Si la actividad alcanza altas cotas de intensidad y se convierte en anaeróbica, la relación será de un 10% de grasas y un 90% de hidratos.
El uso significativo de las grasas como fuente de energía no se produce de forma inmediata cuando iniciamos un esfuerzo, se necesita de 20 a 30 minutos de actividad ininterrumpida. Se precisa cierta cantidad de hidratos para el funcionamiento del ciclo del ácido cítrico (fuente de energía aeróbica).
Si no hubiera un nivel suficiente de glucosa disponible, el organismo comenzaría a producir glucosa a partir de otros sustratos mediante un proceso llamado neoglucogénesis. Una vez que el organismo obtiene, de forma regular, parte de la energía necesaria a partir de las grasas, cualquier incremento brusco de la intensidad obligará a utilizar hidratos como principal fuente energética.
De esto se desprende que para maximizar el uso de las grasas como combustible es esencial mantener un ritmo regular durante la actividad cardiovascular.